La ambición femenina: ¿impulso vital o carga cultural?

La ambición femenina
Todas las veces que nos han llamado ambiciosas, nunca se ha sentido como un halago, y casi con certeza, nunca fue dicho con esa intención. Seguramente a ti, lectora (con “a”), tampoco. Ya desde El segundo sexo, Simone de Beauvoir (1946) nos advertía que las pocas “heroínas femeninas” reconocidas por la historia eran vistas como “extraños monstruos”. Se refería a esas mujeres ambiciosas que, al desafiar las expectativas sociales de docilidad y discreción, dejaban de parecer “mujeres” según los moldes tradicionales, y se acercaban a lo que la cultura patriarcal ha asociado con lo masculino: determinación, poder, independencia.
La carga del lenguaje
Es común escuchar cómo el éxito de algún colega es el buen resultado de su ambición o, tal vez cómo la ambición es lo que convierte a un buen profesionista en uno excelente. Sin embargo, ocurre el efecto contrario cuando se trata de nosotras. Concretamente, cuando nos llaman ambiciosas, viene cargado de algo que pareciera un castigo social o una crítica colectiva hacia las mujeres, pues la ambición femenina ha sido entendida a lo largo de la historia como una frivolidad.
La palabra ambición parece que se transforma según a quién se le atribuye. Sin embargo, no debemos olvidar que ambiciosa, no es nada más que la acepción femenina de ambicioso, no debería estar contaminada con prejuicios de género, sin embargo, lo está. Cuando se habla de hombres la ambición podría ser una cualidad que es deseable, que si no aparece, falta. Seguramente también hemos escuchado frases como “es buen abogado, es inteligente, pero le falta ambición”(1). Insistimos, cuando se trata de nosotras rara vez se nos dice que nos “falta”, de hecho cuando se presenta, se vuelve sospechosa e incómoda.
La abogacía como ambiente exigente
Esto se agrava aún más en el ámbito profesional, que es en sí mismo competitivo. La abogacía exige —de quienes la ejercemos— un perfil de liderazgo, constante actualización y especialización. En nuestro entorno sobresalir no solo es deseable sino necesario por ello, resulta bastante natural que demostremos nuestro deseo de crecer, sobresalir y tener mayor visibilidad.
Ante este escenario la ambición es un requisito para sobrellevar las exigencias del entorno competitivo en el que nos desenvolvemos sin embargo, esto genera una contradicción profunda: mientras el ambiente laboral exige y pareciera valorar la ambición como herramienta para llegar al éxito, cuando se trata de las mujeres, es la sociedad —y muchas veces el mismo entorno profesional— quien nos reprocha y reprueba esta ambición. Esta situación nos coloca en una posición en la que debemos navegar estratégicamente y casi de forma silenciosa.
La ambición que sí se premia
En el entorno jurídico, la ambición siempre ha sido valorada cuando proviene de hombres. A ellos se les reconoce por levantar la voz, competir por los casos más importantes, liderar equipos y negociar sus condiciones. Su empuje es visto como determinación y su carácter firme, como liderazgo.
Por otro lado, cuando las mujeres expresamos la misma ambición, rara vez se interpreta con neutralidad. Frecuentemente somos calificadas como “duras”, “intensas” o “problemáticas”. Lo que en ellos se considera fortaleza, en nosotras se convierte en un defecto. Este doble estándar no sólo afecta la percepción que otros tienen de nosotras, sino también la forma en que muchas abogadas se permiten o no expresar sus propias aspiraciones.
Como consecuencia de esta desigualdad, muchas mujeres desarrollamos mecanismos de autocensura: pensamos dos veces antes de hablar, dudamos si pedir un aumento es “el momento correcto” o si ser directas será “malinterpretado”, reflexionamos si expresar nuestras metas y ambiciones, o si es mejor no decir nada. La ambición se vuelve algo que debe dosificarse, justificarse o incluso disimularse, para no incomodar, para no ser vistas como “conflictivas” o “poco femeninas”. Esta autocensura nos obliga a pelear con una carga emocional constante: la culpa de querer más.
Impactos reales en nuestras carreras
A pesar de que este trato desigual pueda parecer insignificante, definitivamente tiene efectos sobre nuestra vida profesional. Muchas abogadas enfrentamos más barreras de las que enfrentan los hombres para crecer dentro de los despachos, liderar equipos o llevar asuntos importantes. Muchas veces no se debe a una falta de capacidad, sino porque nuestras metas no siempre se valoran con los mismos ojos que las de nuestros compañeros hombres.
Además, el camino hacia el crecimiento profesional está repleto de mensajes contradictorios: que seamos amables, pero también firmes; que mostremos liderazgo, pero sin imponernos; que aspiremos a más, pero con cuidado de no parecer demasiado ambiciosas. Con el tiempo, esta tensión nos agota y puede llevarnos a decisiones difíciles de tomar, como dejar pasar oportunidades, ceder espacios o replantearse si vale la pena seguir en ese entorno.
Darle un nuevo significado a la ambición desde lo femenino no implica replicar los modelos masculinos, sino construir nuevas formas de liderar, crecer y aspirar desde nuestra propia voz. Se trata de dejar de ver la ambición como un rasgo que necesita permiso o justificación, y comenzar a nombrarla como lo que es, una herramienta válida y necesaria, una forma legítima de aspirar a más y de abrir camino en un sistema que aún necesita transformarse.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de sus autoras y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.
Referencias:
(1) La Real Academia Española al definir la palabra “ambición” propone como ejemplo para ilustrar el uso de la palabra como: “es inteligente y trabajador, pero le falta ambición REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.8 en línea]. Recuperado de:”. https://www.rae.es/diccionario-estudiante/ambici%C3%B3n.