Ideas, identidad y autoría: el patrimonio que todas llevamos dentro
Mercedes Maldonado y Lirio Salgado
18 de Noviembre, 2025

Hay una lección que el trabajo en Propiedad Intelectual nos ha dejado con los años: la mayoría de los activos más valiosos no parecen extraordinarios en el momento en que nacen. Surgen como una idea espontánea, una solución práctica o apenas una intuición. En la vida de muchas mujeres, esta creatividad cotidiana aparece y desaparece con rapidez, sin que llegue a reconocerse como parte de su patrimonio, aunque lo sea en sentido pleno.


Y es que desde muy jóvenes se nos enseña a cuidar lo tangible: los bienes, el dinero, los documentos que confirman la existencia o posesión de algo. Poco se nos habla, en cambio, de los activos intangibles que también pueden tener valor patrimonial: la forma en que expresamos nuestras ideas, los métodos que desarrollamos, las obras que creamos, la identidad que proyectamos a través de la imagen, la voz o la marca personal. Lo que no se ve, aunque sea profundamente nuestro, suele pasar inadvertido.


Sin embargo, esta creatividad de las mujeres sostiene buena parte de la vida social, familiar y profesional. La encontramos en la mamá que crea pequeños inventos domésticos; en la profesionista que diseña un proceso más eficiente para su empresa; en la emprendedora que convierte una receta original en un negocio; en la artista que encuentra una forma personal de narrar el mundo. Estas aportaciones, aunque comunes y cotidianas, no son menores: son manifestaciones de ingenio que construyen valor, identidad y oportunidades.


No obstante, persiste una tendencia a minimizar su importancia. Incluso mujeres inteligentes, preparadas y altamente capaces caen con frecuencia en el llamado “síndrome del impostor”, un filtro que desacredita lo creado incluso antes de existir en la esfera jurídica. Hablar de ello es fundamental para superarlo, pues su impacto no menor: ideas que podrían convertirse en marcas, patentes, obras o proyectos empresariales se pierden porque no fueron consideradas “suficientemente grandes” o porque se asumió, casi en automático, que alguien más ya lo había hecho. La autocrítica, que en ciertos contextos funciona como una brújula, se vuelve un obstáculo que limita la posibilidad de reclamar una idea o autoría legítima.


Este fenómeno no es exclusivo de quienes están fuera del sector legal. Incluso entre abogadas resulta frecuente ignorar el potencial de aquello que conceptualizan o desarrollan en su práctica diaria. La falta de información técnica, pero sobre todo la falta de autoconfianza, abre la puerta a que terceros se apropien, formalicen o capitalicen ideas que no fueron reconocidas a tiempo por quienes las originaron.


Existen muchos ejemplos de alto perfil que ilustran los riesgos de este escenario. Taylor Swift regrabó su catálogo para recuperar la titularidad de sus masters; la imagen de Frida Kahlo continúa siendo objeto de disputa décadas después de su muerte; y Shakira enfrentó procesos relacionados con similitudes de melodías que muestran lo delgada que puede ser la línea entre inspiración e infracción. O, en el mundo empresarial, la historia de Starbucks demuestra que una marca puede llegar a valer más que las operaciones físicas de toda una compañía. En todas estas narrativas persiste la misma lección: un intangible protegido se convierte en un activo estratégico, mientras que uno desatendido se vuelve terreno fértil para la pérdida de control y la dilución de valor.


La creatividad, cuando se le da un marco y un orden, deja de ser efímera y se convierte en un activo. Y cuando una mujer reconoce esa cualidad en su trabajo, se apropia también de su narrativa, de su identidad profesional y de su capacidad para incidir en el mundo que la rodea. Por ello, la protección de ideas no debería entenderse como un trámite burocrático ni como un privilegio reservado a grandes empresas o artistas famosos. Es, ante todo, un ejercicio de reconocimiento: aceptar que lo creado posee valor, que puede generar oportunidades y es un acto de autoestima profesional y estratégica. Supone reconocer que nuestro talento, esfuerzo y visión personal tienen un valor que puede traducirse en reputación, oportunidades y crecimiento. 


Asumir ese valor implica, en última instancia, adoptar una mirada más amplia sobre lo que cada mujer construye. Implica reconocer el poder de lo que creamos, darle un espacio y permitir que se convierta en un activo que acompaña nuestro desarrollo y fortalece nuestra identidad. Porque ese patrimonio intangible, aunque no siempre visible, sostiene buena parte de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.


*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de sus autoras y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.

Mercedes Maldonado

Mercedes Maldonado es Asociada de la práctica de corporativo en la oficina de Pérez-Llorca en Monterrey, y cuenta con experiencia en la asesoría de clientes nacionales e internacionales. Cuenta con más de 11 años de experiencia en temas relacionados con asuntos corporativos M&A, secretaría corporativa y propiedad industrial e intelectual, así como asesoría a clientes extranjeros para iniciar operaciones en México desde su constitución hasta la consolidación del negocio del cliente en México y la asesoría diaria de los mismos.

Lirio Salgado

Lirio Salgado colabora en el Área de Propiedad Intelectual desde el año 2006 y actualmente se desempeña como abogada responsable del Área de Patentes en Pérez-Llorca México, cuenta con más de 15 años de experiencia en la materia. Se especializa predominantemente en asesoría legal sobre Patentes, emisión de opiniones de patentabilidad, trámite de Patentes, Modelos de Utilidad y Diseños Industriales en México y en el extranjero.

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