El costo invisible de ser mujer: la doble desventaja económica que enfrentamos

Aunque la participación de las mujeres en el ámbito laboral ha crecido de manera constante en las últimas décadas, seguimos enfrentando barreras que van más allá del acceso al empleo, entre ellas, una doble desventaja económica que limita nuestra autonomía financiera. En México, la participación femenil en la población económicamente activa ha aumentado gradualmente del 45% en el 2020 al 45.5%(1) actualmente. Aunque esto refleja avances en la participación de las mujeres, aún persisten desafíos económicos que generan desventajas que nos afectan día a día.
Por un lado, la primera desventaja económica es la brecha salarial de género, es decir, la diferencia que existe en cuanto a las remuneraciones que reciben mujeres y hombres por realizar el mismo trabajo. Según cifras publicadas por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (“OCDE”), en México se tiene una brecha salarial del 15% entre los ingresos medianos de ambos géneros empleados a tiempo completo; de manera similar, esta diferencia se observa en el informe “Mujeres y Hombres en México 2024” publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (“INEGI”)(2), en el que se señala que hay una brecha considerable entre los salarios, evidenciando que los hombres reciben salarios más altos.
Por otra parte, la segunda desventaja económica es la “tasa rosa” o “impuesto rosa”, el cual, si bien no es un impuesto per se, es un sobreprecio que las mujeres pagan por bienes o servicios similares o idénticos a los dirigidos a hombres, lo cual puede observarse en productos de consumo diario, como de cuidado personal e higiene, o en el costo de ciertos seguros. Este sobreprecio no solo implica pagar más por artículos, sino una carga económica que se acumula día a día.
A lo largo de una vida activa, el diferencial por pagar más en productos esenciales, como artículos de higiene o seguros personales – únicamente por ser presentados o dirigidos a mujeres – puede traducirse en miles de pesos adicionales. A esto, se suma un factor silencioso, el Impuesto al Valor Agregado (“IVA”). Este impuesto, al calcularse sobre el precio final del bien o del servicio, amplifica la desventaja económica, pues ocasiona que se paguen más impuestos por consumo condicionado al género al que se encuentran dirigidos y perpetúa una desigualdad tan cotidiana que pasa desapercibida, pero cuyos efectos repercuten todos los días.
En este sentido, la coexistencia de estas situaciones ocasiona que, de forma generalizada, las mujeres enfrenten una doble carga económica, pues por un lado perciben salarios inferiores y, por otro lado, pagan más por el fenómeno del sobreprecio a productos y servicios. La combinación de ambos factores profundiza una desigualdad de género, pues limita el poder adquisitivo de las mujeres e incrementa la vulnerabilidad económica.
En consecuencia, al percibir ingresos menores y enfrentar costos más elevados, las mujeres disponen de menos recursos para ahorro, inversión o consumo, asimismo aumenta la probabilidad de que enfrenten situaciones de pobreza o dependencia económica.
En los últimos años, en México se han implementado medidas para reducir esta desigualdad, por ejemplo, la aplicación de la tasa 0% de IVA a productos para la gestión menstrual, buscando aliviar la carga económica por requerir estos bienes; sin embargo, persisten retos significativos. Por ello, resulta fundamental promover e impulsar políticas públicas que combatan la brecha salarial y regulen prácticas comerciales que perpetúan el “impuesto rosa”, garantizando precios justos y equitativos sin distinción del género del consumidor.
Si bien las políticas públicas son clave para generar cambios importantes, también es fundamental que se adopten estrategias individuales y colectivas para combatir estas desigualdades. Una de ellas es exigir transparencia y equidad salarial; para esto, hablar abiertamente sobre salarios con compañeras y compañeros de trabajo, puede ayudar a identificar cuando una mujer está siendo subvalorada en comparación con hombres que se encuentran en el mismo nivel y bajo las mismas condiciones, a fin de que se negocien y busquen mejoras en las condiciones laborales.
Otra acción fundamental, es continuar preparándonos profesionalmente y buscar espacios de liderazgo que nos permitan influir en la toma de decisiones dentro de los despachos, empresas u organizaciones; pues la presencia de mujeres en puestos estratégicos es un factor clave para generar cambios internos.
En cuanto al consumo, es importante tomar decisiones informadas y estratégicas, como optar por artículos no diferenciados por género o elegir marcas que promuevan precios equitativos, lo cual puede ser una forma de evitar pagar de más solo por la presentación o el marketing dirigido a mujeres.
Finalmente, cambiar esta realidad no depende de políticas públicas o de acciones que implemente alguien más, sino que comienza con nuestras decisiones diarias. El apoyo entre mujeres es un elemento clave para eliminar esta brecha, pues a través del trabajo conjunto y la suma de acciones que realicemos, podemos ir combatiendo estas desventajas económicas. La desigualdad económica de género no es un problema individual, sino estructural. Sin embargo, a través de nuestras decisiones cotidianas, nuestras elecciones de consumo y nuestra voz en el ámbito laboral y social, podemos contribuir a un cambio real.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de su autora y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.
Referencias:
(1) https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2025/iooe/ioe2025_02.pdf
(2) https://www.inegi.org.mx/contenidos/productos/prod_serv/contenidos/espanol/bvinegi/productos/nueva_estruc/889463921318.pdf