Avanzar juntas y con propósito

Ser abogada exige conocimiento técnico, pensamiento estratégico, firmeza y determinación. A todo ello se suma una dimensión más silenciosa –aunque no menos importante– que moldea el día a día de nuestra profesión: la capacidad de sostenernos a nosotras mismas mientras acompañamos a otras. Esa fuerza interior, que algunas llaman inteligencia emocional, otras resiliencia, es la clave para construir una carrera que no solo se base en el éxito profesional, sino también en el equilibrio y el propósito.
Con los años hemos aprendido que para sobrevivir –y crecer– en un entorno altamente demandante, necesitamos desarrollar una profunda conciencia de nuestros propios límites y valores. No se trata de hacernos más duras, ni de minimizar el impacto que puede tener un litigio complejo, una negociación tensa o una jornada interminable; sino, más bien, de aprender a sostenernos con firmeza sin rompernos por dentro.
Cuando iniciamos nuestras trayectorias —muchas veces sin referentes femeninos claros— nos enfrentamos a la idea del “deber ser”: la abogada que nunca duda, que siempre está disponible, que puede con todo. Aunque ese modelo aún persiste en ciertos espacios, cada vez se aleja más de nuestras experiencias y necesidades. No queremos ser heroínas, sino construir una carrera sostenible y acompañadas por más mujeres, con espacio para el aprendizaje, las victorias, los errores, para las dudas, y también para la vida fuera del trabajo.
En ese camino, aprender a ser resilientes en nuestros propios términos es un acto de autonomía y libertad de actuar bajo nuestros propios términos. La resiliencia no es aguantarlo todo ni aceptar condiciones que atentan contra nuestro bienestar, sino reconocer cuándo debemos poner —y ponernos— límites para parar, cuándo decir que no y cuándo pedir ayuda. Es una herramienta no solo para resistir y enfrentar la adversidad, sino también para transformarla. Y en ese proceso, las redes de mujeres juegan un papel esencial.
Escucharnos entre nosotras ha sido una fuente de claridad y acompañamiento en nuestro desarrollo profesional. En nuestras conversaciones con otras abogadas, muchas veces descubrimos que compartimos las mismas dudas: ¿soy lo suficientemente buena?, ¿tengo derecho a decir que no?, ¿puedo hablar de esto con alguien? En estos espacios, cuando existe una escucha genuina, se desactiva la exigencia de perfección y surge, en su lugar, una comunidad que acompaña, sostiene e impulsa.
Nosotras mismas hemos aprendido a guiar a otras abogadas, no desde la idea de “enseñar” sino desde la convicción de que compartir es también formar. Acompañar a una pasante, abrir una conversación difícil, hablar de límites, también es ejercer la abogacía. Porque ser abogada no implica dejar lo personal a un lado: es, muchas veces, decidir desde ahí, con coherencia, límites y propósito.
La inteligencia emocional, entendida como la capacidad de reconocer nuestras emociones, canalizarlas y actuar con empatía, nos ha permitido ser mejores abogadas, colegas y mentoras. No se trata de dejar la empatía fuera del trabajo, como en ocasiones se exige a las mujeres profesionistas, sino de integrarla con responsabilidad y hacerla parte de nuestro criterio profesional. De saber que podemos ser firmes sin ser duras, y demostrar fragilidad sin ser débiles.
Hoy nos mueve la idea de que el éxito puede tener muchas formas. Y que cada una debe tener el espacio para construir el suyo, sin miedo, sin culpa y sin exigencias ajenas. Por ello, nuestra invitación es a crear esos espacios juntas. A escuchar, a compartir, a guiar con el ejemplo y con la conciencia de que toda abogada, sin importar sus años de experiencia o posición, sigue en proceso de aprendizaje.
Y es que cuando nos reconocemos en otras, cuando dejamos de competir para empezar a acompañar, la resiliencia se convierte no solo en una herramienta personal, sino en una forma colectiva de avanzar.
*El contenido de este artículo es publicado bajo la responsabilidad de sus autoras y no necesariamente refleja la posición de Abogadas MX.